sábado, 2 de febrero de 2008

Capítulo III. El muchacho de los ojos verdes.

TOMO I: Inicia una vida.

Capítulo 3.- El muchacho de los ojos verdes.

Los años pasaron rápidamente. Era una fresca mañana del 1 de septiembre y Ginny Weasley, de 10 años de edad, caminaba de prisa tomada de la mano de su madre y seguida de sus hermanos, por la estación de tren King’s Cross. Ya comenzaba a hacerse tarde entre tanta gente que se encontraba en la estación, apenas podían avanzar con todas las cosas que traían en sus carritos de colegio. Entonces su madre los apremió para que aceleraran el paso.
- Vamos, hijos, que se hace tarde. Siempre es el mismo problema en esta estación, siempre lleno de muggles, por supuesto, y nosotros con prisa. No se retrasen.
Molly Weasley se detuvo y con ella todos sus hijos.
— Y ahora, ¿cuál es el número del andén?
— ¡Nueve y tres cuartos! — exclamó Ginny con una vocecilla una tanto aguda —. Mamá, ¿no puedo ir...?
— No tienes edad suficiente, Ginny – la niña se sentía muy decepcionada – Ahora estate quieta. – le dijo su madre mientras se dirigía a sus hijos mayores. – Muy bien, Percy, tú primero.
El mayor de sus hermanos, que ya iba en quinto, se dirigió hacia los andenes nueve y diez y desapareció en el muro que los separaba. Entonces siguió uno de los gemelos.
— Fred, eres el siguiente.
— No soy Fred, soy George. ¿De ve­ras, mujer, puedes llamarte nuestra madre? ¿No te das cuen­ta de que yo soy George?
— Lo siento, George, cariño.
Ginny rió disimuladamente. A sus hermanos gemelos siempre les gustaba jugarles bromas a los de más, incluso a su propia madre.
— Estaba bromeando, soy Fred — dijo el auténtico Fred, y se alejó para desaparecer entre los andenes 9 y 10. George, su hermano gemelo lo siguió.
Entonces, en ese momento, un chico bajo y enjuto, con ropa grande, holgada y vieja, se les acercó. Su rostro era delgado, con cabello negro azabache bien alborotado y ojos de un verde esmeralda brillante con unas gafas rotas y pegadas con cinta sobre ellos.
— Discúlpeme — dijo el muchacho.
— Hola, querido — respondió Molly Weasley —. Primer año en Hogwarts, ¿no? Ron también es nuevo.
Señaló al último y menor de sus hijos varones, Ron.
— Sí —dijo el muchacho un tanto cohibido —. Lo que pasa es que… es que no se cómo…
— ¿Como entrar en el andén? — preguntó bondadosa­mente, y el chico asintió con la cabeza.
— No te preocupes —dijo—. Lo único que tienes que ha­cer es andar recto hacia la barrera que está entre los dos an­denes. No te detengas y no tengas miedo de chocar, eso es muy importante. Lo mejor es ir deprisa, si estás nervioso. Ve ahora, ve antes que Ron.
—Hum… De acuerdo —dijo nerviosamente. Ginny observó cuidadosamente su rostro y no parecía estar muy seguro de haber entendido bien. Después de todo, él no parecía estar muy acostumbrado al mundo mágico o solo era que no tenía hermanos mayores a los cuales pudo haber despedido años anteriores. Aún así, era raro que un niño estuviera solo en la estación para ir al colegio. ¿Dónde estaban sus padres o algún otro familiar? Además su mirada parecía tan triste y solitaria. Daba la impresión que siempre había estado solo. Ginny conocía perfectamente ese sentimiento, pese a que tenía una gran familia que la amaba mucho, el haber sido la única mujer de entre todos sus hermanos y la menor de todos para variar, eso sin contar que era la primera mujer Weasley en varias generaciones, no tenía a muchos con quien compartir sus sentimientos. De pronto Ginny se encontró mirando más que atentamente a ese muchacho y sintió una ligera sacudida en el estómago al verlo directo a los ojos.
El chico de cabello negro y ojos verdes empujó su carrito y se dirigió hacia la barrera. Parecía muy nervioso antes de alcanzar la sólida pared corriendo, pero cuando llegó a ella, cerró los ojos y desapareció, al igual que el resto de sus hermanos.
- Muy bien Ron, ahora es tu turno y nosotras iremos detrás de ti.
Ron respiró hondo y avanzó rápido hasta cruzar él también y luego Ginny, todavía de la mano de su madre y pensando en ese misterioso chico de ojos verdes, cruzaron la barrera y llegaron al andén 9¾, donde una locomotora de vapor, de color escarlata, esperaba en la estación llena de gente. Una vez ahí, su madre comenzó a buscar por sus hijos. Ya había encontrado a Ron y ahora llamaba a los gemelos.
— ¿Fred? ¿George? ¿Están ahí?
—Ya vamos, mamá. – respondieron los dos aún observando algo que parecía ser muy interesante dentro del vagón donde se encontraban momentos antes.
Mientras ellos se acercaban a su madre, ella sacó un pañuelo de su bolso y alcanzó a Ron.
— Ron, tienes algo en la nariz.
Ron trató de esquivarla, pero ella lo sujetó con fuerza y comenzó a frotarle la punta de la nariz.
— Mamá, déjame —exclamó apartándose.
— ¿Ah, el pequeñito Ronnie tiene algo en su naricita? —dijo Fred.
— Cállate —dijo Ron.
— ¿Dónde está Percy? —preguntó su madre.
— Ahí viene. – dijo Ginny observando como su hermano aparecía ya con su túnica nueva puesta y su insignia de prefecto más que visible y reluciente sobre su pecho.
— No me puedo quedar mucho, mamá —dijo—. Estoy de­lante, los prefectos tenemos dos compartimientos…
— Oh, ¿tú eres un prefecto, Percy? —Dijo George con aire de gran sorpresa—. Tendrías que habérnoslo dicho, no teníamos idea.
— Espera, creo que recuerdo que nos dijo algo —dijo Fred —. Una vez…
— O dos…
— Un minuto…
— Todo el verano…
— Oh, cállense —dijo Percy.
— Y de todos modos, ¿por qué Percy tiene túnica nueva? —dijo Fred.
— Porque él es un prefecto—dijo afectuosamente su ma­dre—. Muy bien, cariño, que tengas un buen año. Envíame una lechuza cuando llegues allá.
Besó a Percy en la mejilla y el muchacho se fue. Luego se volvió hacia los gemelos.
— Ahora, ustedes dos… Este año se tienen que portar bien. Si recibo una lechuza más diciéndome que han he­cho… estallar un inodoro o…
— ¿Hacer estallar un inodoro? Nosotros nunca hemos he­cho nada de eso.
— Pero es una gran idea, mamá. Gracias.
— No tiene gracia. Y cuiden de Ron.
— No te preocupes, el pequeño Ronnie estará seguro con nosotros.
— Cállate — dijo otra vez Ron.
— Eh, mamá, ¿adivinas a quién acabamos de ver en el tren?
— ¿Se acuerdan de ese muchacho de pelo negro que esta­ba cerca de nosotros, en la estación? ¿Sabéis quién es?
— ¿Quién?
— ¡Harry Potter!
Ginny lo entendió al fin. Su soledad y su misteriosa mirada. ¡“El chico que vivió”!, ¡delante de ella! Cuantas historias no había escuchado ya acerca de él durante casi toda su vida. Siempre se preguntó como sería ese maravilloso chico que salvó al mundo de el-que-no-debe-ser-nombrado. Tenía que verlo otra vez, tenía que recordar bien su cara.
— Mamá, ¿puedo subir al tren para verlo? ¡Oh, mamá, por favor…!
— Ya lo has visto, Ginny y, además, el pobre chico no es algo para que lo mires como en el zoológico. ¿Es él realmente, Fred? ¿Cómo lo sabes?
— Se lo pregunté. Vi su cicatriz. Está realmente allí… como iluminada.
— Pobrecillo… No es raro que esté solo. Fue tan amable cuando me preguntó cómo llegar al andén…
— Eso no importa – exclamó Fred con impaciencia – ¿Crees que él recuerda cómo era Quien-tú-sabes?
Su madre, súbitamente, se puso muy seria.
— Te prohíbo que le preguntes, Fred. No, no te atrevas. Como si necesitara que le recuerden algo así en su primer día de colegio.
— Está bien, quédate tranquila.
Se oyó un silbido.
— Dense prisa — dijo su madre, y los tres chicos subieron al tren.
Se asomaron por la ventanilla para que los besara y Ginny ya no pudo contener más el llanto. Ahora, por primera vez, estaría completamente sola en casa, con todos sus hermanos trabajando o en el colegio, ya ni siquiera podría pelear con Ron. ¡Cuánto deseaba ella también ir en ese tren junto a sus hermanos!
— No llores, Ginny, vamos a enviarte muchas lechuzas.
— Y un inodoro de Hogwarts.
— ¡George!
— Era una broma, mamá.<< ‘Al menos me han hecho sonreír en su partida’ >> pensó la pequeña mientras corría para seguir al tren, que iba ganado velocidad, hasta que ya no pudo seguirle el paso. Se quedó, de pie, con la mano levantada diciendo adiós, sonriendo con su rostro húmedo por las lágrimas. El tren dio vuelta y desapareció de vista. Ginny volvió al lado de su madre y juntas regresaron a la estación de King’s Cross.

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